Madrileña de nacimiento, de madre vasca y padre de Manzanillo. Hermanos vallisoletanos y hermanas gallegas. Licenciada en interpretación en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León, me fui a Madrid para seguir con mi formación. Doblaje, danza, canto, títeres… Creo que no he perdido el tiempo.
El primer espectáculo en el que participé tenía de todo: dos ponys, dos niñas jugando, un jardín completo… Y yo tenía que salir con mi vestido blanco cantando “oro sí… plata no…” El día del estreno, al vestirme, fuí al cuarto de la ropa limpia y cogí unas bragas que no eran mías. Mi hermana mayor no las echó en falta pero yo noté al salir a escena que se me iban deslizando peligrosamente hasta las rodillas. Un imperdible en camerinos fue mi salvación.
Empecé a recordar los diálogos de las películas mientras me sacaba la selectividad, tan ansiosa por salir de la Guerra Mundial andaba yo. Por eso hablo antes que Asno o Galadriel cuando veo sus escenas. Y a mucha honra. Gracias a eso me acerqué al doblaje.
Durante mi erasmus en Bratislava quise aprovechar para aprender de todo, y me metí a una clase de clown con los alumnos de allí. Duré menos que el apuntador. Dar volteretas en otro idioma totalmente ajeno marea el doble.
El momento más emotivo que recuerdo en escena fue en el montaje de Bodas de Sangre, cuando mi hijo ya muerto me entregaba el bastón durante los aplausos del público. Rodri, mi compañero, me sonreía de una manera tan limpia y tierna que se me estrellaron contra el pecho todas las palabras de Lorca. Malditos perritos de lana.
Durante los monólogos de “Tengamos el sexo en paz”, una adaptación muy propia del texto de Darío Fo y Franca Rame, descubrí un talento para la improvisación. Sacándome de la manga personajes como la adolescente de la marcha-atrás que baila dubstep en el semáforo o el ventrílocuo erótico “Don Cigoto y su Pototo”.
El proceso de ensayo con los títeres (manejábamos diez personajes cada una de las actrices) me regaló contracturas en los hombros, dolor de cabeza y una seguridad sobre el escenario bárbaras.
Durante la representación en el Teatro Zorrilla (Valladolid) de “Las Sillas” me caí de una banqueta. Me caí como un tronco en medio del bosque, ¡pataplaf!. La directora a punto estuvo de parar la función por temor a que me hubiera partido el cuello. Pero me levanté tragándome lágrimas y maldiciones, y seguimos adelante. No os preocupéis, está grabado.
Además de todo eso, soy una actriz comprometida, creativa y curiosa. Aporto todo lo que puedo a los proyectos y cambio confianza por trabajo duro.